Muchas son las aves que no pueden
adentrarse en el mar, al no poder remontar el vuelo si caen al agua.
Dicen que las palomas no son capaces de sobrevivir en la mar y que
cuando un temporal las aleja de las costas, están condenadas a morir
pues al agotarse de tanto luchar por alcanzar la tierra, caen sin
remedio sobre las olas y sin posibilidad de remontar el vuelo. Lo
cierto es que estas ideas propuestas en algunos libros de biología,
son sencillamente erróneas.
Navegábamos en un
velero de 12 metros, a unas 30 millas mar
adentro en el Atlántico y a la altura de Lisboa con rumbo sur. Unas
horas antes habíamos pasado un buen susto por culpa de una pequeño
temporal que dejó tras de sí una mar agresiva plagada de rompientes
que en tres o cuatro ocasiones consiguieron tumbar el velero de
forma preocupante y dejarlo totalmente sin arrancada, cuando una ola
rompiente se abalanzaba sobre nuestra amura, escorando el barco
hasta acercar las crucetas al ras de la turbulenta superficie del
mar.
A media milla por nuestro estribor
navegaba un pesquero que desaparecía de forma intermitente cada dos
o tres olas, cuando él o nosotros nos hundíamos en los senos de la
mar formada. Con el océano así de chungo, ver un barco en la
cercanía te transmite una cierta serenidad, mientras piensas lo
pequeño que le pareceríamos al otro barco en mitad de tanto
movimiento.
El anemómetro no registraba más allá
de fuerza 7 con algunas rachas de 8, pero con ese maretón montado
entiendes de buenas a primeras, como perder a alguien por la borda
significa, con mucha probabilidad,
una sentencia de muerte para el desafortunado tripulante. Imaginar a
alguien caído por la borda con el barco muy escorado entre olas de 2
ó 3 metros y esas rachas zumbando en los
oídos daba cierto acongojo.
Y en mitad de tal disertación apareció
de la nada una paloma volando a rápidos trompicones, y con claras
intenciones de abordarnos por donde fuera. En el primer asalto, el
ave se estrelló contra el rizo de mayor que llevábamos y se fue
deslizando a lo largo del blanco dacrón hasta caer de nuevo al
agua. El desafortunado animal se quedó flotando mientras nos
alejábamos de él a buen ritmo. Al cabo de unos cuantos segundos la
paloma se puso a aletear con energía luchando con fuerza para
despegarse de la superficie del mar y tras una complicada maniobra
de aproximación, se preparó para una toma dura a mucha velocidad
sobre la cubierta de nuestro improvisado portaviones. Entre bandazos
y sorprendentes figuras acrobáticas consiguió estrellarse sobre
nuestro roof pero el viento la arrojó nuevamente por la borda sin
posibilidad de asirse a los muchos herrajes y cabos de la jarcia de
labor.
De nuevo la paloma nos observaba a
sotavento y supongo que angustiada, flotando arriba y abajo con cada paso de ola, ansiando
nuestro velero como una tierra de salvación. A pesar de sus enormes
dificultades, no renunciaba lograr su complicada proeza y pasados
uno o dos minutos se puso a batir las alas con energía y despegar de
nuevo el vuelo. La aproximación siempre seguía un mismo patrón. El
ave ganaba unos cien metros de barlovento sobre nuestra posición y
se lanzaba como podía y a mucha velocidad sobre nuestro barco,
encarando el viento justo al final. Podíamos entender la angustia
del pájaro por subir a bordo de nuestro barco y todos nosotros
deseábamos su éxito tanto como ella. No recuerdo si fue en un
tercero o cuarto intento cuando tras nuevas increíbles maniobras
dignas del mejor "top-Gun" y que
ya quisieran para sí los mejores cazas del ejército del aire, la
paloma consiguió aterrizar con éxito sobre el barco cerca de una de
las brazolas de la bañera.
La paloma no sintió ningún reparo por
nuestra presencia pero preferimos guardar algún metro de distancia
para no asustarla. Nunca hizo el más mínimo intento de huir de
nosotros y compartió la cubierta como un tripulante más. La sacamos
un poco de agua dulce en un tapón de gaseosa, y con ese único
bebedero continuó con nosotros durante muchas horas de travesía
hasta que de madrugada alcanzamos un refugio en la costa de
Portugal, protegidos de la mar y del viento. Tras fondear y
arranchar un poco el barco estuvimos cenando en la bañera y la
paloma simplemente decidió saltar hasta el primer piso de crucetas
en donde estableció su nuevo campamento mientras cenábamos allá
abajo en la mesa de bañera.
Me acosté el último,
de madrugada, ya con el viento muy calmado y el agua remansada en
mitad de la cala. La paloma seguía descansando como nuestra
invitada, en su
“apartamento” del primer piso de crucetas y supuse que se encontraba cómoda y
agradecida por haberla conducido hasta tierra firme. Por la mañana
cuando amanecimos, ella ya había emprendido el vuelo y estoy seguro
que supo encontrar su camino a casa como buena paloma que es.
Imagino la
alegría al alcanzar su palomar. Ya sé que tus hermanas palomas nunca
sabrán de tu heroica lucha, pero al menos nosotros nos sentimos
felices de podemos relatar tu magnífica hazaña; La de la paloma
oceánica.