(extraído
de “El alma está en el cerebro” por Eduardo Punset)
Nos encanta creer que somos “La cúspide de la
Creación”, como se decía antaño. Somos los únicos que podemos
hablar, los únicos que tenemos emociones, los únicos…los
únicos… En realidad tal vez los hombres somos los únicos que
somos hombres.
Allá en las profundidades del mar, un ser
hermoso y brillante nos mira y… parece sonreír. El delfín es el
mamífero que rivaliza con el hombre en la escala de capacidad
craneal. Tiene una gran corteza cerebral y un comportamiento
complejo, comparable al humano. Posee memoria y es capaz de resolver
situaciones inesperadas. Siente y expresa emociones, e incluso
mantiene una sexualidad abocada al placer, no sólo a la
reproducción, que incluye en ocasiones la homosexualidad. Adora las
caricias porque su sentido del tacto está muy desarrollado. Los
delfines, en grupos, saltan para expresar su alegría. Sin embargo,
en cautividad no saben saltar para huir.
Cuando estos mamíferos tuvieron que adaptarse
al mar, hace unos veinticinco millones de años, experimentaron un
proceso hacia un alto grado de encefalización. Tenían que sobrevivir
en un mundo hostil, vasto y tenebroso. Aprendieron a nadar y a
respirar fuera del agua al mismo tiempo: se ven obligados a salir a
la superficie cada dos minutos. Aprendieron, por ejemplo, a dormir
utilizando sólo un hemisferio del cerebro, manteniendo el otro en
vigilia para poder respirar.
En el agua, las ondas sonoras se transmiten con
gran facilidad, así que desarrollaron un sentido ultrasónico para
orientarse y detectar animales o barcos a grandes distancias. El
delfín emite señales acústicas a través de un mecanismo situado en
la cabeza, debajo del orificio por donde respira. Esas señales
rebotan en las masas sólidas y vuelven luego a su oído. Los delfines
analizan mentalmente esas ondas y construyen mapas tridimensionales
entrelazados. Se puede decir que el delfín ve el sonido. El
cerebro humano sólo es capaz de captar veinte o treinta señales por
segundo, pero el delfín puede distinguir hasta setecientos. Por esa
razón, los sonidos del delfín nos parecen chasquidos.
Además de esos característicos chasquidos, los
delfines también emiten silbidos con la parte profunda de la
laringe. Se cree que unos y otros forman parte de un sofisticado
sistema de comunicaciones. Los silbidos son muestra de excitación
sexual y, quizás, de otras emociones. Recientemente se ha comprobado
que los delfines salvajes se saludan y que utilizan un silbido
particular para cada individuo… ¿Un “nombre”? Además, tras un
entrenamiento adecuado, los delfines pueden llegar a comprender
mensajes humanos complejos.
Algunos experimentos muestran que los delfines
tienen un alto grado de conciencia: no sólo pueden reconocer a
otros, sino que también pueden reconocerse a sí mismos!
En
cautiverio, estos seres inteligentes también sienten estrés y
tristeza, e incluso pueden morir de estrés. Aunque sea con una
sonrisa.
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