El coral es
un animal aunque parece una planta. Existen corales de muchas formas y tipos
distintos, y si están muy próximos unos a otros se devoran entre sí,
aunque normalmente se alimentan gracias a la colaboración con un
alga microscópica que vive dentro de ellos; La zooxantela. Esta
transforma mediante fotosíntesis, la energía solar en oxigeno y
glucosa que aprovecha el coral. Este a cambio le proporciona CO2
necesario para su fotosíntesis, y un lugar en donde vivir.
El coral durante
su lento crecimiento de generación en generación deja un esqueleto
calcificado que hace de estructura para las sucesivas generaciones.
Este crecimiento es muy lento, del orden de
1 centímetro cada 10 años.
Solo el 0,1 % de
toda la superficie de la tierra son arrecifes coralinos. Para que
puedan existir es necesario una temperatura cálida de 18º C a 30º C,
lo que impide su existencia en latitudes altas y en las regiones
tropicales en donde existan corrientes frías como en la costa
sudamericana por donde pasa la fría corriente de Humboldt. También
es necesario una salinidad adecuada lo que hace imposible su
crecimiento en grandes deltas de ríos cálidos como el Amazonas, en
donde la mezcla de agua dulce hace descender la salinidad. Hace
falta luz solar para la fotosíntesis, lo que hace inviable su
existencia en fondos de más de 40 metros de profundidad en donde no
llega la radiación del sol, y tampoco pueden vivir en zonas en donde
se produzca demasiada sedimentación ya que ésta ‘ahogaría’ la
alimentación del coral.
En definitiva la existencia del coral no es nada sencilla, y más si
contribuimos a su desaparición con la contaminación y el maltrato
por parte de actividades abusivas de pesca. Si el nivel de los mares
creciera más que la velocidad de crecimiento del esqueleto del coral
este desaparecería al quedar a demasiada profundidad e imposibilitar
la fotosíntesis de las algas simbióticas, como ocurrió hace 8.000
años durante el deshielo y rápido crecimiento del nivel del mar, al
final de la última glaciación.
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