Cada vez hay más
sitios en los que no está permitido fondear dado el gran número de
barcos que visitan el lugar especialmente en la época estival. Se
pretende con ello preservar la poseidonia y no deteriorar los fondos
marinos. Me parece bien, y en vez de fondear debemos agarrarnos a
una boya prevista a tal efecto y desgraciadamente en muchos casos…
de pago. Y eso ya no gusta tanto…
Así están las cosas, pero no hay mal
que por bien no venga. Al menos tendremos la garantía de no ver como
un vecino demasiado atrevido y molesto fondea cerca de nosotros sin
preservar o entender nada de espacios de borneo lo cual en muchas
ocasiones acaba en una bronca o un “cabreo” y en el mejor de los
casos un susto al ver como se nos echan encima.
Pero esto no es justamente el caso,
cuando nos acercamos la susodicha boya. Especialmente cuando el
viento pinta un paisaje con todos los barcos marcando el mismo rumbo
cuales veletas orientadas al viento.
Y es que no es lo mismo hacerse con
una boya con tiempo bonacible que con 20 ó 30 nudos de viento. En el
primer caso nos aproximaremos de cualquier manera, y aún el más
torpe será capaz de engancharla con el bichero para pasar el cabo
con el que amarrarnos a ella.
Les puedo asegurar que con 25 nudos de
viento las cosas se complicarán bastante a no ser que recurra al
truco que a continuación les descubrimos. He podido comprobar en
primera persona como por mucho que nos acerquemos con “cariño” a
medias revoluciones de motor para contrarrestar la fuerza que el
viento produce sobre la gran obra muerta de los modernos veleros, la
maniobra dista mucho de hacerse evidente. Especialmente cuando viaja
con tripulación reducida, o sea usted mismo al timón y su chica al
extremo del largo bichero intentando “cazar” la maldita esfera de
plástico.
Con 25 nudos de viento y 12 ó 15
metros de eslora que mantener perfectamente aproada en un punto
exacto, casi estático para dar tiempo al “pescador” todo es mas…
“fastidiado”. Al final acabas tu mismo en la proa luchando con el
bichero que muy probablemente acabe enganchando la argolla de la
boya, pero eso es lo de menos. Por mucho que la pille, y que el
motor trabaje a sus justas revoluciones para resistir el empuje del
viento, mantener un barco de más de 10 metros agarrando una boya
mientras intenta pasar el cabo es más que difícil. La fuerza le
llevará la mano, le partirá el bichero y con suerte no le romperá el
brazo. Palabra.
Y todo ello hasta
que descubra el truco del lazo, como hacían los cowboys en el viejo
oeste. Evidente una vez que lo haya hecho una vez. Su primera y
definitiva vez. La mejor explicación es la del esquema sin palabras,
pero veámoslo.
El truco no falla
y consiste en amarrar un extremo del cabo en la cornamusa, pasar un
bucle por debajo del púlpito (por favor, no lo haga por encima!) y
venga… a ahorcar a la maldita boya que cederá a la primera, aunque el
timonel no sea muy preciso y se acerque malamente. No falla. La
próxima vez inténtelo de esta manera. Se ahorrará un bichero, las
tiritas, un “mosqueo” y la vergüenza de tener que repetir la
maniobras 15 veces hasta lograr el maldito “trofeo”.
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