Asunto muy relacionado con la calidad humana de la
persona. El mar nos hace humildes frente a la inmensidad, atempera
al marino, obliga a pensar con simplicidad y de forma razonable. No
importan tanto las condiciones físicas como las psíquicas. Y aunque
los conocimientos son importantes, lo esencial es la actitud con la
que el buen navegante hace frente a la adversidad
Existe una
“pasta” especial de la que están hechos todos los navegantes. Los de
verdad. Aquellos que más que disfrutar en la mar se sienten en
comunión con ella. Los que como “Moitessier”, reconocían en
todas sus vivencias un nuevo aprendizaje, una manifestación de la
simplicidad con la que suceden los acontecimientos.
Una las actitudes
más importantes es la coherencia. Coherencia y objetividad para
tomar las decisiones más adecuadas, y no siempre al navegar. Hasta
en la elección del barco. Si el casco más adecuado es el de acero
para pasar un año viajado por el Pacífico Sur, esta puede ser la
mejor decisión pero no la más adecuada si por ello nos vemos
privados de conseguir el barco para partir. Un buen velero de fibra
aún siendo menos seguro nos permitirá hacernos a la mar y esto es lo
que cuenta. Buscar el compromiso es importante y no sólo en la
elección del barco. En la vida en el mar siempre tendremos que
buscar el mejor compromiso, para quedarnos fondeados o buscar otro
refugio, para dejar o no una vela por la noche, para partir a otro
destino o esperar a que la meteorología sea más conveniente...
El buen navegante es también una
persona modesta que sabe ser consciente de sus limitaciones físicas,
sus aptitudes manuales e incluso psicológicas. La enormidad de una
tormenta en la mar es algo tan distante a nuestra condición humana
que no puede sino suponer una experiencia totalmente terrorífica,
que las palabras no alcanzarán nunca a describir. Aceptar esto es un
paso de humildad. Aceptar que quizás no estemos preparados para
encajar una vivencia próxima a las experiencias de muerte y
renacimiento, en la que irresistiblemente se produce una crisis de
crecimiento. Pero sin ser tan extremos, la modestia también ayudará
en la convivencia con los demás tripulantes y en la toma de las
mejores decisiones.
Sea sencillo,
especialmente en sus razonamientos. Ocurre como con los barcos;
cuanto más grande y complicado, más posibilidades de que algo falle
y produzca averías. Lo sofisticado es a veces enemigo de lo seguro.
No olvide que muchas veces son los pequeños veleros los que realizan
los más largos viajes y los más jóvenes navegantes los que pasan más
tiempo en la mar. Las soluciones sencillas son muchas veces las más
claras y por tanto las más seguras. Para aparejar, para buscar una
derrota, para colocar una vela o hacer un buen nudo, ..… no deje de
buscar la sencillez.
La generosidad de
la persona también se refleja en la vida del buen navegante. Ya
sabemos que todo es caro, especialmente cuando hablamos de náutica.
Pero debemos recordar que todavía será mucho más caro si lo
necesitamos a mitad de camino. Hacer determinados ahorros antes de
partir puede volverse en nuestra contra cuando estemos en costas
alejadas de toda civilización. Esto no significa ni mucho menos que
debamos ser derrochadores. Todo lo contrario. La persona generosa
sabe detectar en dónde debe ahorrar para poder luego emplear de la
mejor manera estos ahorros.
Pero de todas las cualidades del buen
marino, la humildad es posiblemente la más importante. La inmensidad
del mar nos ayuda a entender nuestra insignificancia. El navegante
humilde sabe reconocer que lo que pretende ya ha sido experimentado
por otras personas. La humildad nos ayuda a sacar provecho de las
lecciones de otros navegantes. Aprenda mucho de la lectura de otros
navegantes anteriores. ¡Observe y atesore los consejos dados por
otros marinos que ya hayan pasado por lo que usted está a punto de
conocer!
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