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El catamarán
descansaba amarrado en una pequeña marina cerca de Copenhague. La
afición al mar en Dinamarca es enorme y cada rincón de la costa
tiene sus pequeñas instalaciones con cuidados pantalanes y un
restaurante en el que se reúnen los aficionados cada fin de semana.
Aunque la ciudad de la sirenita es de obligada visita, ya la
conocimos en otro viaje y en esta ocasión no pudimos volver a
recorrer sus canales y atractivos monumentos. Tras un pequeño
trayecto desde el aeropuerto, llegamos a Ishoj Havn, uno de los
muchos puertos deportivos al suroeste de la capital, en donde nos
esperaban Raul y Margui. El Sunreef ya estaba avituallado y listo
para zarpar, y aunque la mañana siguiente amaneció algo nublada,
soltamos amarras rumbo norte.
Navegar sobre
la carretera
El canal
Báltico estaba tranquilo, protegido por su angostura, pero durante
el mes de Mayo seguía siendo una época demasiado fresca para los que
solemos navegar en mares más cálidos. Ya estábamos avisados, y por
ello no faltaban prendas polares, camisetas térmicas y un monos
integrales para afrontar los vientos heladores con los que más
adelante tuvimos que lidiar en el Mar del Norte.
Es mucho mejor
escoger los meses de Julio y Agosto o al menos esperar a los
comienzos del mes de Junio, pero la agenda era apretada y debíamos
partir. La meteo es muy cambiante en estas zonas y por ello alquilar
un barco en estos países puede resultar una experiencia fascinante,
siempre que tengamos una semana bien soleada. Y es que los paisajes,
la navegación, el mar, en fin todo, se ve de forma muy distinta en
un día luminoso y soleado. A pesar de ello, la bruma, los días
nublados, y la navegación fresca ofrecen una atmósfera atractiva,
misteriosa y mística. También me gustan…
Al sur de
Saltholm cerca de Copenhague, la carretera E20 se hunde
repentinamente bajo el mar en el túnel de Drogden de 3,5 kilómetros
de longitud, para emerger de nuevo y continuar sobre el mar, colgada
de un larguísimo puente atirantado de casi 8 kilómetros. Navegamos
virtualmente sobre el tráfico rodado, en el estrecho de Oresund,
rumbo a Helsingborg.
Unas millas
mar adentro se distribuyen largas filas de molinos eólicos que
dejamos por estribor mientras giran a pleno rendimiento. La
conciencia ecológica en este país es ejemplar, como lo demuestran
este y muchos otros hechos, como por ejemplo los barcos ferrys
totalmente eléctricos. Y hablamos de barcos inmensos, de varios
cientos de metros y miles de toneladas de desplazamiento. La
movilidad eléctrica en el mar es una realidad… al menos en
Dinamarca.
Una maniobra
comprometida
Las noches son
muy cortas y apenas duran 4 ó 5 horas en esta época del año, pero de
alguna manera nunca se llega a hacer de noche del todo. Tras la
puesta de sol permanece una especie de extraño resplandor parecido
al que a veces se observa cuando estamos ante un eclipse solar. El
caso es que ya a la 5 de la mañana estábamos navegando, teníamos
muchas millas por delante durante la primera jornada de navegación.
Pasada la
media mañana enfilábamos el estrecho paso que separa la ciudad de
Helsingborg de Elsinor, mientras soplaba un escaso fuerza 4 que se
encañonaba para alcanzar rápidamente fuerza 6 y 7 en apenas unos
minutos. Aunque Helsingborg merece una obligada visita, decidimos
continuar, aunque es del todo recomendable para otros viajes,
planificar tiempos más holgados y detenerse en esta bella ciudad que
nos ha quedado pendiente.
El mitad del
estrecho canal de apenas 4.000 metros de anchura, el anemómetros ya
marcaba más de 20 nudos de viento, y mostraba un denso tráfico
marítimo de barcazas, ferries, y otros mercantes. Nada de lo que
preocuparse mientras no pierdas una colchoneta por la borda y te
veas obligado a arriar todo el trapo para intentar recuperar el
asiento arrancado desde la proa en una racha algo más fuerte.
Dudamos entre
darla por
perdida, o intentar su recuperación… En un par de minutos casi la
pierdes de vista a pesar de su voluminoso tamaño, y te das cuenta de
la gravedad que puede suponer perder a un tripulante por la borda.
En la mar una situación controlada y aparentemente fácil, puede
convertirse en complicada y comprometida en solo unos segundos.
Bajar las
velas, arrancar motores, cambiar el rumbo, enfrentarse a la mar y
tener que conjugar todo ello con el intenso tráfico de barcos, dista
un poco de ser una operación evidente. El benigno oleaje de a
penas un metro de altura, contemplado con viento a favor desde la
altura del hardtop protegido por sus nuevos toldos antirociones, son
muy diferentes cuando tras hacer una maniobra de recuperación,
intentas aproximarte y dar la popa, mientas te tumbas en el espejo
de popa atravesado el barco a la mar y ves partir la dichosa
colchoneta entre los dos patines que suben y bajan salpicando todo
con agua y espuma muy fría. Al tercer intento la pudimos agarrar mientras
me empapaba por culpa de una de esas dichosas olas que cubrían
totalmente el primer escalón de la bajada en un espejo de popa, con el
consiguiente y desagradable remojón… eso sí permaneciendo a bordo.
Cuando te toca afrontar una situación algo anormal, es cuando
recuerdas que una mano es para ti mientras intentas con la otra
hacer la pesca de los colchones.
Con la
colchoneta de nuevo a bordo y la satisfacción de haber realizado un
buen ejercicio de recuperación de hombre-al-agua, volvimos a retomar
rumbo y subir las velas regresando a la tranquilidad de una
navegación controlada. Es una gozada quitarse la ropa empapada, y
tras secarse con una toalla calentita volverse a vestirse con ropa
seca. Todo está bien y lo celebramos con unos sandwiches y
algunos frutos secos.
Aún faltaban
52 millas náuticas hasta la isla Anholt, en donde pensábamos pasar la noche… y eso que ya llevábamos
navegadas 38 millas desde el amanecer. Acostumbrado a navegar
en barcos de 40 pies en donde se suelen hacer medias de 6 ó 7 nudos
como máximo, te das cuenta como una larga jornada -pues el día tiene
casi 20 horas de luz- y la velocidad de 9 nudos a la que sin
despeinarse navega el Sunreef 50, extienden los planes de
navegación de forma muy apreciable.
90 millas del
plumazo, mientras conversamos de temas de mar,
desde el cómodo y protegido Flybridge, desde donde casi siempre
pilotamos el barco. El puesto de mando del Fly es realmente el
principal, pues permite controlar perfectamente las cuatro esquinas
del catamarán y ofrece una vista panorámica a 4 metros de altura
sobre el nivel de mar. Está equipado con una completísima
electrónica de B&G equipos de comunicación, radar, AIS, y todos los
adelantos tecnológicos, incluido un iPad con la cartografía
Navionics del norte de Europa que utilizamos tanto, si no más, que
la propia cartografía de la pantalla Zeus que integra los equipos de
viento y el piloto automático.
La isla de
Anholt
Entre las 9 y
las 10 de de la noche y aún con suficiente luz, atravesamos por fin
la bocana del puerto de de Anholt, situado en la punta noroeste de
la isla. Está protegida por dos largas escolleras semicirculares que
ofrecen un perfecto abrigo, ideal contra los vientos del norte y del
sur. Luego franqueamos el segundo espigón para acceder a un espejo
de agua remansado, en el que además ha caído el viento. Un atardecer
perfecto y una amarrada ideal, al lado de la gasolinera en la que
pretendemos hacer gasoil a la mañana siguiente.
Recorremos el
largo muelle, en el que hace un rato, han llegado tres barcos
pesqueros cargados de gambas y centollos. Y como no podía ser de
otra forma, por un precio más que razonable, nos llenan una bolsa
con marisco aún vivo y recién sacado de las nasas. No se la cantidad
de kilos que pudimos comprar, pero nos dio para hacer una mariscada
inacabable que regamos por la noche con cervezas y una buena botella
de vino español. ¿Se puede pedir más?
La isla de
Anholt es un lugar muy turístico en verano, pero en estas fechas
solo hay 3 ó 4 barcos en toda la marina. Los marineros y pescadores
del lugar son un perfecto estereotipo del hombre de mar curtido y
bonachón. Antes de partir a la mañana siguiente, salgo un rato a
caminar alejándome por la serpenteante carretera que se adentra en
la isla. Un paisaje verdecido y cuidado como si se trata de un gran
jardín. Me cruzo con algunos daneses pedaleando en bicicleta
mientras me paro a deleitarme con el frescor de este hayedo.
Ruta a Skagen,
extremo norte de Dinamarca
Son las 8 de
la mañana y tras un desayuno, hacer combustible, y comprobar los
sistemas antes de arrancar los dos Yanmar, salimos a navegar hacia
la isla de Laeso, en la que no pararemos pues el destino para la
etapa de hoy se encuentra a 67 millas náuticas. Deseamos llegar con
horas de sol para poder elegir amarre y descansar antes de saltar hacia Noruega.
Tenemos algo
de viento, pero nos apoyamos un poco con el motor para no bajar de 8
nudos de velocidad media a pesar de la marejadilla. Hay bruma y el
cielo está encapotado, pero el resguardo que ofrece el Sunreef es
perfecto, tanto en el interior del salón, desde donde también se puede
gobernar el barco con la comodidad de un lujoso apartamento, como en
el gobierno del elevado Flybridge. El viento sube un poco y Raúl
decide rizar la mayor. Toda la maniobra se encuentra redirigida al
pie de mástil, con potentes stoppers, winches eléctricos, y una
cabullería en Dynema de sección que impresiona a quien no está
acostumbrado a este tipo de barcos.
Hay que ser
cuidadoso con la driza pues el palo tiene una altura respetable y
con el viento y el movimiento de la mar, es sencillo liarla en las
crucetas durante la maniobra. A pesar de tener todo el cuidado, la
driza de mayor de 14 milímetros se nos engancha arriba con crucetas
y burdas, sin que exista manera de conseguir su verticalidad por
mucho que lanzamos movimientos ondulatorios hacia arriba. Hay que
subir al palo para resolver el entuerto. Hemos preparado una
guindola y utilizamos una driza de spi enviada a uno de los winches
eléctricos del Génova. Sin más Raúl se eleva a las alturas mientras
el barco se mueve con cierta animación a pesar de ser un cata. El
palo del Sunreef es tan grueso que a penas se puede abrazar con las
piernas para sujetarse durante la subida, como acostumbramos a hacer
en otros barcos. En una ola algo más brusca Raúl pierde el contacto
con el mástil y sale volando a 15 metros de altura, pero consigue
agarrar un obenque y sujetarse sin recibir ningún golpe serio. Un
poco más de winch eléctrico y ya está a la altura de la cruceta en
la que se ha montado el lío. En cuestión de segundos cazo la driza
en la maniobra y comenzamos a descender al Capitán, que tras unos
segundos aterriza en el pie de mástil. Todo resuelto.
La entrada al
puerto de Skagen es sencilla, pero sopla bastante viento y anuncian
temporal para las próximas horas. Hemos hecho bien en llegar con
tiempo suficiente para hacer una inspección portuaria y elegir un
buen sitio en donde poder amarrar. Una vuelta en redondo y dejamos
caer el Sunreef protegido con todas las defensas hinchables sobre la
banda de babor. La maniobra ha sido de libro, pero el stress se hace
sentir, pues con viento y una superestructura tan importante, las
cosas se pueden torcer rápidamente y en ese caso no es fácil
enderezar una maniobra deficiente, a pesar de la potente hélice de
proa y la ciaboga de los dos motores.
Pero estamos
contentos pues ha salido perfecta y el Cata descansa en la latitud
más alta en la que jamás, ni él ni nosotros, hayamos nunca navegado.
Hace un frío del carajo y al pasar por la oficina del puerto, nos
indican que en las próximas horas esperan la llegada de una regata y
que quizás tendremos que abandonar el sitio en el que hemos amarrado
para dejar sitio a los barcos que van a llegar. ¡Que van a llegar
barcos con el viento que se ha levantado!
Efectivamente
al cabo de unas horas llegó un único crucero tripulado por una
experta tripulación que nos dejó alucinados al ver la facilidad con
la que manejaban el barco dentro del puerto solo a vela, ya que se
habían quedado sin motor, como si se tratara de un videojuego.
Pedazo de control y experiencia marinera la de estos daneses… Un
poco más tarde entro un Halber-Rassy que lió un follón de tres pares
de narices con sus amarras al intentar amarrarse al pantalán. Las
cosas no estaban fáciles.
Salir al Mar
del Norte
Llevamos un
par de días esperando a que amaine un poco el viento y sobre todo a
que se calme la mar que hemos de atravesar para alcanzar las costas
de Noruega. No hay mucha vida en Skagen, aunque el pueblo es
pintoresco pero frío… muy frío. Seguimos con obsesión el Windy,
Wind-Predict y Wheater-4D tres o cuatro veces al día, de modo que
los iPad están continuamente bajando datos de Internet a alta
velocidad. Llevamos en el barco un Modem Bridge, con conexión 4G con
tarjeta de datos danesa, y un router Wi-Fi que nos permite conectar
hasta 8 dispositivos simultáneamente a la red del barco.
Tras un montón
de dudas y cambios de planes decidimos salir por la tarde noche y
prepararnos para una navegación nocturna en el Mar del Norte, que a
pesar de la mejora de la meteo, promete regalarnos algo de “Rock&Roll”.
Al cabo de un 5 millas y en cuanto damos la proa al cabo se acaban
las tonterías y nos damos cuenta de la dureza de la etapa que nos
espera. El fondo es muy somero debido al ancho arenal que rodea la
punta. Llevamos media hora navegando y la sonda continúa
obstinadamente indicando no más de 5 metros de fondo, mientras las
olas crecen y se van haciendo cada vez más duras. Algo por encima de
Marejada.
Ya hemos
fijado rumbo 285 en la pantalla del Zeus que nos indica 85 millas a
destino, mientras la noche se adueña perezosamente del mar plomizo
en el que navegamos con tres cuartos de Génova y un rizo en la
mayor. Llevamos de forma mantenida una mar de través, con olas de
unos 2 metros de altura y un viento de misma dirección, que hace
andar el Sunreef como si estuviera azuzado por el mismo demonio.
Potencia brutal. Estoy sorprendido de lo bien que anda el Cata en un
mar tan bravío. Poco a poco vamos entrando en el mar del Norte,
mientras las olas cada vez más grandes se estrellan contra las proas
que levantan con regularidad un buena cortina de espuma. Disfrutamos
del espectáculo desde la protección del Hardtop cerrado a cal y
canto mediante un cerramiento transparente y calentado mediante una
estufa de aire caliente. Vamos de cine… Tengo hambre y bajo a coger
algo de comer. Aprovecho para contemplar la mar oscura desde la
comodidad del salón. Hemos dejado de ver las luces de popa de los
pesqueros que faenaban cerca de Skagen y ante nosotros se abre una
tiniebla infinita mientras el barco avanza con seguridad en mitad de
un mar desapacible.
Al
bajar al camarote para buscar algo más de abrigo, observo un
importante balanceo. ¿Escora en un cata? El frente de olas nos entra
totalmente por babor con una sincronía casi perfecta. Cuando la ola
se monta bajo el patín de estribor, este se levanta dos metros sobre
la ola, mientras que el patín de babor se hunde en el seno de la
anterior. 3 ó 4 metros de diferencia de nivel que dan cierto respeto
aunque no preocupación, pues la manga del barco es de 9,1 metros. De
vez en cuando una de estas olas es mayor al resto y observo
fascinado como la ventana del camarote de babor queda, durante unos
segundos, totalmente debajo del agua permitiendo ver el interior del
mar como si navegáramos en un batiscafo. Impresionante. Todo va en
automático mientras desde el salón reviso los datos de navegación.
Todo está bien.
Hemos pasado
las 5 horas de la noche a un ritmo endiablado, logrando una navegación
mantenida de 9 nudos que me han hecho dudar sobre la necesidad de
recoger un poco de trapo pues a veces las rachas se mantienen por
encima de 25 nudos. Ya ha amanecido y el viento y la mar han rolado
en ceñida de babor, mientras el sol se asoma tímidamente entre las
nubes. Las bofetadas del mar contra las proas son tremendas y cuando
entra una buena ola, la explosión de agua es espectacular sin que
por ello el Sunreef parezca perder a penas arrancada. Una autentica
máquina de tragar millas.
Son las 4 de
la tarde y tanto el mar como el viento han caído hasta F2 a unas 3
millas de las costas noruegas. Entramos entre neblinas en la
imponente ría o bahía de Kristiansand.
Navegar en
Noruega; Rumbo Kristiansen
Desde la
entrada a la ría definida por los islotes que debemos esquivar, el
mar se ha remansado y a pesar de una meteo grisácea y del continuo
chirimiri, disfrutamos la belleza de la vegetación, y del paisaje
verdecido. Nos abarloamos al pantalán de la gasolinera que sólo
levanta medio metro del mar. El salto que hay que dar desde la
cubierta del patín de proa es significativo pues esta se encuentra a
casi dos metros sobre el nivel del mar.
En estas
tierras el concepto de honradez está a otro nivel. No hay nadie que
necesite controlar. Miramos el precio de la estadía en puerto en un
listado pegado en un vidrio de una oficina cerrada y hay un buzón en
el que debes depositar el precio del amarre. En otras marinas
incluso el cartel explica que si necesitas cambio puede coger las
llaves del buzón, para dejar el dinero y cobrarte la diferencia..!
Ya amarrados
divago un poco con Google Earth y observo los numerosos canales y
caprichos de la costa que discurre hasta Oslo. Una lástima no poder
recorrerla con más tranquilidad, pues debe de esconder
cientos de rincones llenos de encanto. Hay centenares de pequeños
puertos hayá donde mires. De algún modo esto es como navegar en las
rías gallegas pero más “a lo bestia”. Un paisaje excepcional y lleno
de encanto.
Kristiansen es
una bella ciudad de anchas avenidas y calles bien cuidadas. El
restaurante en el que hemos caído está correcto si bien, en este
asunto no es Galicia ni de lejos... Se come bien pero los precios
son caros y hay que mirar la carta con cierto recelo para no hacer
un agujero en el bolsillo.
La costa del
Suroeste noruego
La etapa es
larga pues pretendemos hacer 145 millas. Nos hemos puesto las pilas
muy de madrugada pues como mínimo calculamos 16 horas de navegación
del tirón. Es una pena recorrer el sur de Noruega a esta velocidad,
pero ya encontraremos otra ocasión para recorrer esta costa con más
pausa. Ahora entendemos porqué los noruegos tienen esa gran afición
al mar. A pesar de la meteo que podría ser mejor, nos entusiasma la
preciosa costa y nos prometemos regresar para hacer un chárter en un
futuro.
Son las 5 de
la mañana y ya llevamos media hora de navegación mientras despunta
el alba. Al ver nuestro pabellón español, un mercante gallego
fondeado en la bahía nos da un toque de bocina para saludarnos. La
mar fuera de la ría está buena, quizás un poco por debajo de
marejadilla. No hay mucho viento pero los dos Yanmar de 80cv empujan,
junto con todo el plano vélico, manteniendo el cata por encima de los
9 nudos. En navegaciones continuadas el Sunreef 50 permite hacer
medias por encima de las 200 millas diarias sin demasiado esfuerzo.
Es un pedazo de barco, pero quizás se me antoja algo grande para
hacer una navegación en pareja y creo que requiere al menos 3 ó 4
tripulantes para mantenerlo bien controlado en las situaciones más
comprometidas.
Navegamos a
unas dos millas de costa del suroeste noruego, mientras desfilan
multitud de nuevas bahías, rías y rincones, que de nuevo para mi
disgusto no tenemos tiempo de visitar y disfrutar. Y es que este
viaje de 2 ó 3 etapas sería ideal para recorrer en 2 ó 3 semanas
como mínimo. Para tener tiempo de visitar sitios que me abren el
apetito de aventura como las rías de Farsund o la caprichosa entrada
de la ría de Flekkefjord.
Se ha puesto
el sol cuando comenzamos la entrada a la compleja y profunda ría de
Stavanger. Navionics en el iPad y la cartografía de la pantalla Zeus
son perfectas para adentrarnos en este laberinto de islotes, pasos,
islas y canales para nosotros desconocidos. Los dos equipos se
complementan y estoy contento de llevar los dos. Como aún queda algo
de luz, elegimos una singladura algo más corta que atraviesa un
estrecho y bello paso entre dos islotes y cuando por fin llegamos a
una de las marinas de Stavanger ya es noche cerrada, pero las
dársenas están muy bien iluminadas.
A pesar de
todo, llegar a un puerto nuevo, desconocido y de noche siempre da
respeto. Hacemos la arribada a dos nudos y a pesar de ello dudamos
al ver boyas diseminadas que nos desorientan los últimos centenares
de metros.
Elegimos un
pantalán equivocado y demasiado estrecho y un golpe de viento
descontrola toda la maniobra. Ante la duda Raúl decide abortar y
volver a salir del sitio para evitar una colisión con el dique de
hormigón. Cuando no está claro, siempre es mejor abortar y reiniciar
la maniobra tantas veces como hagan falta. A la segunda, salto a
tierra y hago firme el cata. Son las 11 de la noche. Mañana
tendremos tiempo de organizar bien las amarras.
Stavanger;
Puerta a los fiordos noruegos
Tanto la
ciudad como la ría con sus fiordos son un espectáculo impresionante.
Canales y mares interiores, islotes y pequeñas bahía. Un entorno que
da para varias semanas de navegación sin necesidad de salir a otras
zonas de Noruega.
Las profundas
y retorcidas lenguas de agua a pie de acantilados, contrastan con el
verde de su densa vegetación y el azul oscuro de sus profundas
aguas. Hay centenares de pequeñas casitas particulares de colores
llamativos; naranja, amarillas, rojas… En algunos rincones aparecen
enormes cascadas que descienden desde centenares de metros en las
cumbres. Para quien se planté Noruega como próximo destino náutico
este es un lugar perfecto, y podemos encontrar empresas de charter
para comenzar la aventura desde este fascinante lugar en donde
nosotros la finalizamos.
La ciudad
medieval fundada en el siglo XII está llena de parques, iglesias de
sabor nórdico, gentes paseando distraídamente por todas partes y un
buen ambiente nocturno para tomar cervezas con los amigos. Además
estamos en fiestas y en cada parque hay un grupo de pop o de rock
tocando al aire libre. Deambulamos por sus callejuelas empedradas
que conducen a diferentes museos como el del petróleo, y
rincones muy animados. Puestos de comida en la calle y artistas
exponiendo sus obras en sus kioscos coloridos.
Contemplar los
fiordos es tan impresionante desde el agua como desde arriba en la
montaña. El espectáculo no deja indiferente a nadie. En los
alrededores de Stavanger se encuentran algunos de los paisajes más
impresionantes de Noruega, tanto para hacer rutas de senderismo,
como excursiones en montain-bike, kayak o incluso rafting. No hay
que dejar de hacer una excursión al púlpito, un balcón rocoso
volando a 600 metros de altura en caída casi vertical a los pies del
fiordo.
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