Syvota (o Sivota) es
un lugar extraordinario. La cala o mequeña bahía está bien protegida
y aunque en veranos hay barcos se puede encontrar un hueco. En la
costa hay muchas tabernas con sus mesas puestas casi encima del agua
en donde poder pasar una agradable cena o simplemente pasar el rato
con un café.
La costa este
de Itaka
A pesar de
tener cierta prisa por comenzar la navegación hacia España
atravesando Mesina y las Eólicas, decidimos al menos recorrer
algunos rincones de Itaca y el este de Zefalonia, antes de
adentrarnos rumbo Oeste por el Mar Jónico camino al sur de Italia.
No es posible recorrer todas sus calas y ni siquiera entramos en la
bahía de Vathi, la capital de Itaka que dejamos para otro viaje. A
penas sopla viento y recorremos a motor la costa en ocasiones
escarpada en donde vislumbramos pequeñas iglesias ortodoxas colgadas
de las peñas más inverosímiles. Comentamos entre nosotros que el
paisaje hacia el mar visto desde tierra debe ser tan diferente como
interesante y también espectacular.
S
Por aquí y por allá
encontramos villas, ermitas y pequeñas construcciones escondidas
entre la vegetación o colgadas de algún acantilado en medio de un
entorno espectacular. Existen infinidad de sitios en los que poder
echar el ancla y pasar un rato o varios días.
Estas costas
del Jónico ofrecen innumerables rincones y pasos de impresionante
belleza, como el que descubrimos frente al islote de Ligia ya casi
al sur de la costa este de Itaka. Poco fondo lo cual no nos
impresiona pues sabemos que nuestro cata cala a penas poco más de un
metro. En el canal se han fondeado varios barcos posiblemente de
chárter, que pasan varios días de vacaciones. Es tal la belleza del
entorno que estamos a punto de decidir detenernos para pasar una
jornada en este idílico lugar. Aguas transparentes de colores cian y
ultramarinos sobre un fondo de verdes boscosos y con una playa de
arena blanca.
Al lado de los paneles
solares es un sitio perfecto para tumbarse sobre una colchoneta y
deleitarse por la noche a contemplar el firmamento plagado de
estrellas.
Pero como aún
es media mañana, decidimos avanzar por la costa y cruzar a Zefalonia
cuyos entrantes ofrecen rincones secretos a descubrir en otros
futuros viajes. Pasado Poros viramos un poco más adelante rumbo
Oeste y al caer el sol nos acercamos a los acantilados de Viachata y
Lourdata en donde a pesar de estar bastantes desprotegidos dejamos
caer el ancla en 5 metros de fondo pues la meteo es totalmente
benigna y apacible. Como en toda la zona, las aguas son tan
transparentes como el cristal y el color, en esta ocasión los tonos
esmeraldas contrasta con armonía frente a los tonos ocres de las
agrestes quebradas.
Los acantilados al sur
de Cefalonia desde donde finalmente saltamos hacia Italia
atravesando el Jónico. El color de las aguas es sencillamente
precioso. Pocos barcos y un fondo perfecto para tirar el ancla a 5 o
6 metros de profundidad evitando las rocas para no enrocar por la
noche.
A la mañana
siguiente decidimos no demorar más la partida hacia la Calabria y
dejamos el resto de Zefalonia para otras ocasiones. Me cuesta no
adentrarnos en la profunda bahía de Livadi y recorrer las costa de
Argostoliou que como otros tantos lugares quedan relegados para
próximos viajes por el sorprendente Jónico.
Cerca de Argostolius,
aunque no pudimos recorrer esta zona que dejamos para otra ocasión,
se encuentran rincones de gran belleza. El Jónico da por si mismo
para todo un largo verano de navegación y deleite.
Una noche única
En mitad de
Agosto, la tierra cruza las perseidas cargadas de estrellas fugaces,
haciendo de las noches de navegación un espectáculo tan admirable
como majestuoso. En estas noches estivales es fácil deleitarse con
decenas de estrellas fugaces que destacan en mitad del firmamento
plagado de estrellas. Flotamos en mitad de una noche tan negra como
cerrada. Viento cero. La Luna aún no se ha levantado mientras el
catamarán avanza en modo “track” guiado por el piloto automático. El
motor ronroneaba a pocas revoluciones sonando como un mantra casi
hipnótico.
No existe
ninguna contaminación lumínica. El firmamento está lleno de
estrellas. Descanso tumbado sobre la colchoneta de la extensa
cubierta de proa, mirando el firmamento con una visión panorámica,
solo interrumpida por los dos enrolladores de Génova y Genaker y un
par de obenques que casi pasan desapercibidos. Allá donde miro,
tendido boca arriba y con la mirada relajada al cielo, solo se ven
estrellas. La temperatura nocturna es perfecta… Y en estos momentos
de “magia nocturna” brotan preguntas transcendentes que se agolpan
atropelladamente en la mente buscando respuestas imposibles.
Júpiter
destaca sobre los millones de puntos luminosos, elevándose con
pereza en mitad de esta tupida vía láctea. Millones de puntos
luminosos que forman un velo resplandeciente. Es nuestra propia
galaxia que se deja percibir como una mancha luminosa formada por la
enorme aglomeración de soles. Unos mucho más potentes que el
nuestro, otros envejecidos en enanas blancas y otros de menor brillo
e importancia que solo puedo percibir por el rabillo del ojo al
mover la vista a las constelaciones vecinas.
¡Cien mil
millones de estrellas! me repito a mí mismo, sin que la cifra
llegue a calar en el profundo significado de tan descomunal valor.
Algunos astrónomos dicen que podría ser aún cuatro veces mayor… Y
entonces me asaltan las abrumadoras palabras de Papini el escritor
italiano.
¡La noche, las estrellas! Humillación de mi pequeñez…
El cielo es el telón siniestro donde leo todas las noches la
sentencia de mi nulidad irremediable…
Pero a
diferencia del poeta florentino, siento que todo irradia
luminosidad, energía, conocimiento y magnificencia. Me distraigo a
elucubrar tendido en la cubierta de proa, para intentar abarcar la
descomunal magnitud de la vía láctea. Cada cinco a diez minutos una
estrella fugaz cruza algún rincón del firmamento y hacemos una
apuesta a ver quien ve más.
Como granos de
arena en la playa
Si cada
estrella fuera un fino granito de arena… y nuestro sol fuera uno
más… Diez granitos como los de las playas de arena más fina, todos
seguidos en fila india, medirán más o menos 1 milímetro y por tanto
en un cubito de un milímetro contendrían ya mil soles! Mil estrellas
en cada milímetro cúbico, cada uno de ellos con sus inimaginables
planetas en los que quizás existan otras formas de vida inimaginable
y sorprendente. Entonces me acordé de la ecuación de Drake que cifra
en millones las posibles civilizaciones inteligentes en el universo.
Siguiendo esta
misma lógica, un cubito de solo un centímetro de lado, -más o menos
el volumen de un dedal- contendría un millón de soles... (Un
centímetro cúbico contiene mil milímetros cúbicos) y entonces pensé
que la bestia numérica podría ser doblegada, pues por el mismo
camino, en un solo litro, podríamos doblegar a mil millones de
estrellas.
Así llegué a
mi primera conclusión nocturna. Toda mi galaxia con todos sus soles
en solo 5 garrafas de 20 litros… La cifra no es tan salvaje al fin
y al cabo… Continuaba revisando mentalmente los cálculos, cuando
apareció otra estrella fugaz fuera de lo común. Más larga, mas
brillante y más hermosa, que me sugirió que Papini exageraba, aunque
tampoco me hiciera ilusiones de intentar abarcar las cifras que
describen las grandes magnitudes del universo.
Me incorporé
para coger otro cojín y acomodarme en una nueva postura,
aprovechando para arrancar el motor de estribor que relevaba al del
babor hasta la mitad de la madrugada. Eché un vistazo al horizonte,
por si aparecía alguna luz de proa en mitad de este retirado Jónico,
tan solitario como el Atlántico Sur. De un vistazo en la pantalla
del AIS observo que tenemos un par de mercantes a muchas decenas de
millas. Todo tranquilo. Vuelvo a la cubierta de proa y continué
elucubrando sobre las portentosas magnitudes del universo.
De la Galaxia
al Universo
Con mis cien
litros de soles y toda la galaxia casi en el bolsillo, me había
quedado tranquilo al creer comprender la magnitud de nuestra
galaxia… Me distraje buscando la estrella polar y recordando que su
altura sobre el horizonte marca siempre la latitud por la que
navegamos en cualquier momento. Y entonces pensé en la distancia que
debía separar cada granito de arena del siguiente si lleváramos todo
al mismo factor de escala…
Y tras
repensar sesudamente en el asunto, concluí que la distancia media
entre cada granito de arena, sería del orden de unos 30 kilómetros*.
Lo cual me llevó a deducir que sería necesario una esfera tan grande
como nuestro planeta para distribuir mi pequeño montón de soles en
una vía láctea a escala "esférica"... Una cosa es la cantidad de
estrellas de la vía láctea, y otra bien distinta el volumen que
ocuparían en mi diminuta galaxia de granitos de arena.
(*) El
diámetro de un sol ‘medio’ es del orden de un millón de kilómetros.
Hasta las 100 micras del granito de arena, distan 12 órdenes de
magnitud, y como la distancia media entre dos estrellas del
firmamento es de unos 30 millones de millones de kilómetros, en
nuestro factor de escala, dos soles representados por dos minúsculos
granitos de arena de playa, distarían del orden de unos 30
kilómetros de distancia entre sí!, En esta escala, nuestra vía
láctea de los 100 litros de arena, ocuparía más o menos el volumen de nuestro planeta, la
Tierra.)
Una galaxia por
cada granito de arena
Después de
todo, y a pesar de mi esfuerzo nocturno, los órdenes de magnitud me
volvían a desbordar. Dicen que hay, al menos cien mil millones de
Galaxias o lo que es lo mismo, una Galaxia entera por cada granito
de arena de mis cinco garrafas. Algo inasimilable...
Y eso sin
tener en cuenta que el número de galaxias en el universo podría ser
20 veces mayor, según algunos astrofísicos… La cosa podría ponerse
aún más complicada si tenemos en cuenta que el universo en realidad
puede ser unas 30 veces más grande de lo que llegamos a poder ver
como universo observable. La expansión del universo se acelera desde
el famoso Big-bang y por ello no es posible ver regiones del
universo que están más lejos, que el tiempo que tardan los fotones
de las regiones más lejanas en alcanzarnos.
Y así a estas
alturas de la madrugada, simplemente me quedé desconcertado y
concluí que el tamaño del universo simplemente se nos escapa… y que
ya era hora de llamar al cambio de guardia, echarme a dormir y
olvidarme de todo ello. Siempre tendríamos otra noche resplandeciente
esperándonos en la próxima navegación nocturna.
Unas 30
horas más tarde llegábamos, sobre la media mañana, al Estrecho de
Mesina, tan concurrido como inquietante por sus fuertes corrientes
que atraviesan el angosto canal en su extremo norte. Más adelante
nos esperan las Islas Eólicas que alcanzamos en mitad de una noche
cerrada y en donde fondeamos al pie del volcán activo Stromboli, que
nos saludó con sus brillantes bocanadas de lava anaranjada… Pero de todo
ello hablaremos en otra ocasión.
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