Ride Sea: la costa vasca desde el
mar
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Un enorme recorrido por todo el litoral del país vasco, recalando en los lugares
con más encanto y belleza de esta costa. Playas verdes en las
que se intercalan puertos escondidos. Acantilados y rincones que
nos hablan de una historia gloriosa en la que se palpa el valor de
lo auténtico.
Una
experiencia magnífica que arranca desde Bilbao rumbo 90º, milla a
milla hasta Hendaya ya en el país vasco rancés. Un recorrido por los
pueblos y rincones más bellos de este precioso litoral tan cargado
de historia como de paisajes únicos. El País Vasco es perfecto
para navegar con una pequeña barca y recorrer lentamente sus
pueblos milenarios llenos de encanto y enigma. Pero es importante
viajar sin prisas y parar siempre que sea posible. Pasear por
las calles empedradas de sus misteriosas villas y saborear en sus
tascas los apetitosos platos.
Nuestra Cap
Camarat 755wa llevaba ya unos cuantos días de descanso en el
puerto deportivo de Getxo tan animado como bien dotado de
instalaciones portuarias. Nuestro amarre se encontraba a pocos
metros del Pakea, famoso VOR-70 de Unai Basurko que participó hace
un par de años en la regata Vendée Globe.
La entrada a
Bilbao desde el mar es bien larga y variada, desde el larguísimo
espigón de Abra en Santurce hasta el puerto de Getxo en donde
estuvimos descansando antes de comenzar esta etapa. Uno de esos
días aprovechamos para navegar con la motora por su famosa ría del Nervión hasta donde pudiéramos. Al poco de salir hacia Portugalete
pasamos junto al Queen Mary II, enorme buque amarrado en
el muelle de transatlánticos de Getxo.
En seguida
llegamos al puente colgante de las arenas cuya plataforma
suspendida atraviesa la ría de un lado al otro cada pocos minutos. Durante el
recorrido de la ciudad por este eje de agua se aprecian grandes
contrastes al vernos rodeados por edificios centenarios de piedra
oscura que se entremezclan con industrias decimonónicas dedicadas
antiguamente al acero. El escenario conforma un paisaje tan
especial como único y característico de Bilbao. En Sestao, los
altos hornos y sus grúas de Aceralia no brillan por su belleza
pero conforman una imagen muy típica de esta bulliciosa ciudad. En Erandio ya se vuelve a ver el “verde” y por allí continuamos agua
arriba hacia el puente de Barakaldo. El paseo fluvial continúa por
el canal de Deusto bordeado por los bellos edificios de su famosa
universidad.
En la
cartografía del Raymarine todo viene al detalle y vamos comprobado
como la profundidad coincide con cierta exactitud con la que vemos
en la pantalla de la sonda, pero debemos andarnos con ojo pues
existe bastantes tablones y tocones de madera flotando aquí y
allá.
Seguimos avanzando por el Nervión y tras virar en el barrio
de Olabeaga descubrimos varios puentes que nos conducen al centro
de Bilbao. Y como no podría ser de otra manera nos cruzamos con
numerosas traineras confrontándose en reñidas regatas. Pasado el
puente de Deusto y ya cerca del famoso museo Guggenheim debemos
detenernos pues por debido a las regatas de traineras el paso
hacia arriba está prohibido. Una lástima pues con ello nos
perdemos la parte más angosta del Nervión a su paso por Bilbao y
rincones tan especiales como el de la iglesia de San Antón o el
mercado de la Ribera. Será para otra ocasión.
Para olvidar esta
pequeña frustración y a pesar del peligro de impactos con diversos
objetos flotantes deshacemos el “camino” metiendo motor de regreso
de nuevo a Getxo. Es una gozada ver desfilar Bilbao a toda
velocidad mientras dejamos detrás una larga y bella estela blanca.
En pocos minutos estamos de nuevo en el mar pero esta vez rumbo a
Plentzia.
Siempre hacia
el Este
Antes de
tomar rumbo Este hay que pasar la punta Galea mal protegida por el
dique nunca acabado y del que sólo se construyeron los primeros
100 metros, aunque por debajo del agua se aprecia con claridad
como suben los casi tres kilómetros de escollera sumergida en el
que se montan y rompen las olas del norte y nor-noroeste cuando
entran de lleno las galernas.
La costa de
Sopelana hasta llegar a la pequeña bahía de Plenzia nos ofrece un
agradable recorrido salpicado de playas salvajes y riscos
afilados. El la playa mucha gente disfruta del baño y por ello nos
mantenemos a una cautelosa distancia de los posibles bañistas. La
villa fundada en 1.299 por Don Diego Lope de Haro ofrece un
agradable paseo, pero lo que más nos sorprende es un pequeño barco
fondeado cerca de nuestra Cap Camarat que tiene más
“superestructura” que casco. Ciertamente nos encontramos frente al
barco “cajón” cuya terraza superior debe ofrecer mejores vistas
que desde cualquier fly-bridge.
La localidad
de Armintza es realmente el barrio pesquero de Lemoniz, y a sólo 3
ó 4 millas náuticas ofrece el siguiente punto de recalada. La
entrada a su diminuto pero encantador puerto está situada en una
pequeña ensenada natural, y debe impresionar con mal tiempo pues a
nosotros nos da que pensar entrar, a pesar de tener una climatología
perfecta. De camino hemos pasado junto a la isla villano también
conocida como la isla del Fraile.
San Juan de
Gaztelugatxe
Aunque
famosa por los folletos publicitarios de viajes, no deja de ser
impresionante especialmente cuando la recorremos desde el mar y en
un día soleado. El sitio, muy cerca del cabo Matxitxako, es
ciertamente de postal, pero navegando tranquilo por sus aguas se
descubren nuevos encantos en su agreste costa con pequeñas
cavernas tapizadas de verde y agresivas paredes verticales que nos
traen recuerdos de Escocia. Se trata de una pequeña ermita cerca
de Bermeo en la que según la leyenda, entre sus riscos desembarcó
el apóstol San Juan. El peñón de Gaztelugatxe está unido al
continente por un rústico puente que da acceso a la terrible
subida de 400 peldaños. Con aspecto de pequeña fortaleza sobre el
mar ya se la nombra en el año 1.053, y parece ser que llegó a servir
de refugio a caballeros vizcaínos frente la rapiña del rey Alfonso XI.
Sea como
fuere, el lugar es fantástico para navegar cerca de él y
enamorarse de su arquitectura medieval. Ya en Bermeo decidimos
descansar amarrado a una de sus enormes boyas destinados a los
barcos de pesca. La villa de arraigada tradición marinera basa su
economía en la industria conservera. Llegamos en marea baja lo
cual deja al descubierto las largas escaleras que se hunden el
agua. Pero el olor a podredumbre desmerece la visita y por ello
decidimos partir de nuevo en busca de otro lugar en el que parar a
comer.
Mundaka y su
ría del río Oka
El lugar es
espléndido y con todo el sabor de antaño, pues ha sabido
protegerse de las construcciones modernas conservando toda su
belleza. La historia de su villa se pierde en los tiempos de la
historia y ya sale citada en escritos árabes y relatos medievales
de hace más de 1.000 años de antigüedad. Incluso se especula con
la llegada de vikingos lo que justificaría que algunos de sus
actuales pobladores vascos sean rubios y de ojos azules.
Pero Mundaka
es famosa, además de por su pintoresco y protegido puerto de
piedra, por tener una de las mejores olas surferas del mundo con
una longitud de unos 400 metros. El día de nuestro paso no había
ningún oleaje pero si que pudimos disfrutar en su espléndida ría
bordeada por una larga barra de fina arena. En ella nos adentramos
observando con atención la profundidad y tirando del trim hasta
casi sacar la hélice del agua por precaución. El paisaje de
Urdaibai reserva de la biosfera es perfecto y sin lugar a dudas
uno de las más bellos de la Costa Vasca. La marea está muy baja y
por ello no nos atrevimos a pasar del tercer recodo por miedo a
embarrancar.
Navegamos
por la pequeña isla de Izaro y doblando la punta de Laga nos
metemos en Elantxobe que desde el mar se recorta entre paisajes
montañosos. Su puerto protegido por dos fuertes escolleras
descubre otros dos diques más pequeños creando una doble
protección lo cual da una idea de cómo llega a arreciar por aquí
la mar durante los más duros meses de invierno, lo cual sin duda
incide en el carácter reservado y casi malhumorado de algunos de
sus habitantes. En cualquier caso, el lugar está lleno de encanto
y sin duda merece una encantadora visita.
La localidad
de Ea es tan pequeña como corto es su nombre, que proviene del río
que desemboca al mar en el mismo pueblo acariciando las fachadas
de casas encajonadas y alineadas en las estrechas calles paralelas
justo frente al puente que salva su cauce. Aunque existe un
pequeño refugio para pequeños barcos de pesca ni se nos ocurre
entrar dado su escasísimo calado y su pequeño tamaño. De hecho en
marea baja todos sus barcos quedan cómodamente varados sobre el
fondo de arena.
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