Ride Sea -
Del Roussillon al Cabo de Creus
Tras
atravesar Francia por los Canales del Midi, comenzamos la
navegación del Mediterráneo rumbo sur hacia España. Han sido
muchos días de apacibles canales. Una experiencia rica y
bella, pero nuestro cuerpo nos pide a gritos agua salada,
mar azul, puro Mediterráneo… |
Tan es
así, que al llegar a Port-La-Nouvelle no pudimos
contenernos. Propuse salir de la bocana para ver cómo estaba
la mar pintada de azul intenso y ultramar en ese día alegre y
luminoso de mediados de Agosto. Y se nos mostró tan hermosa y
atractiva que ni siquiera optamos por regresar a puerto a por
algo de comida.
Hasta la
Cap Camarat parecía querernos decir que se que se encontraba en su
"salsa" y con ganas de |
galopar las suaves olas ultramarinas que encontramos al salir de
la bocana del puerto. Todo nos empujaba con contundencia hacia el
mar, hacia una nueva etapa de navegación. Y así nos encontramos de
la forma más fácil y natural navegando en un suave planeo
empujados por
el suave y contundente ronroneo de nuestro
fueraborda Yamaha F350.
Empezamos a
animarnos y a dar un poco más de gas hasta situarnos a unas 5
millas de tierra en mitad de una mar tranquila en la que nos
topamos con una gran manada de delfines. A un ritmo de 25 nudos
fuimos ganando sur a lo largo de toda la costa del Languedoc-Rousillon,
pero eran tantas las ganas de navegar que decidimos tirar millas
sin pararnos en los muchos puertos que se suceden a lo largo de
esta bella costa francesa. A nuestra derecha dejamos Port Leucate
que da entrada a una enorme laguna de agua salada con cierto
parecido al mar menor de La Manga murciana y de la que se puede
salir por un segundo puerto situado a 11 kilómetros al sur, en
Le Barcarès.
Luego se
suceden a lo largo de las largas playas del Rousillon numerosos
puertos como el de Marie-Plage, el imponente puerto de
Canet o la intrincada y bella marina de Saint Cyprien
llena de canales y lagunas todas conectadas a lo largo de los
cuales se encuentran muchas casitas con sus embarcaderos
particulares. Allí paramos a repostar gasolina y llenar todos los
tanques de reserva, pues nos apetecía seguir haciendo rumbo hacia
la frontera de España.
La costa está llena de refugios lo cual nos
animó a continuar navegando a pesar de la tormenta que veíamos que
se formaba a nuestra espalda y que poco a poco se acercaba hacia
nosotros. El estado de la mar era muy bueno y el cielo se mostraba
luminoso y contrastado por densos bancos nubosos que mostraban
infinidad de tonos azules y grisáceos. Pocas millas más adelante
se encuentra Port Argeles también muy importante y amplio
pero sin el encanto y los recovecos de Saint Cyprien.
Argeles
marca el comienzo de una costa rocosa y agreste donde los pirineos
se hunden en el Mediterráneo. La morfología ofrece numerosos
entrantes y calas aunque sólo algunos llegan a valer como
resguardos o lugares de fondeo. El cielo se mostraba francamente
encapotado a nuestra espalda cuando empezamos a recorrer esta
parte de la costa. Comenzamos una navegación tan divertida como
entretenida al huir de las columnas de agua que se nos acercaban a
pesar de hacer uno buenos 30 nudos.
El día
seguía siendo luminoso a pesar de mostrarse parcialmente
encapotado y algo ventoso. Las olas cada vez más importantes se
mostraban cómodas y tendidas. Lo cierto es que en la Cap Camarat y
con el Yamaha F350 si las cosas se ponen feas, tienes tiempo para
reaccionar y buscar el refugio más cercano. Ya habíamos dejado
atrás Port Vendres y su puntiagudo Cabo de Béart. Tampoco entramos
en el puerto de Banyuls-sur-mer, ya con el firme propósito
de alcanzar Port de la Selva al final de la jornada. El
norte de la costa brava ofrece calas cerradas y rocosas, algunas
con estrechas playas llenas de encanto. Más adelante llegamos a
Cerbére en donde su cabo actúa como frontera entre los dos
países y da paso al pequeño puerto de Portbou ya del lado español.
Bienvenida la
Costa Brava
Este tramo
de costa es sencillamente exquisito y ofrece un paisaje de
extraordinaria belleza con altos y escarpados acantilados
tapizados por una agreste vegetación. Es una de las costas más
atractivas de la península Ibérica plagada de calas románticas con
pueblecitos de pescadores en los que amarrar (salvo en temporada
alta) en una boya en mitad de aguas cristalinas. La abundante
vegetación llega en ocasiones hasta las mismas playas en ocasiones
de fina arena y en otras formadas por cantos rodados.
Finalmente y
a la altura del pequeño pueblo de Colera el chubasco nos alcanzó
mientras el mar se levantó dejándonos una divertida marejada. La
temperatura era buena de modo que en mitad del chaparrón decidimos
navegar en bañador pues para el caso era lo mismo al estar ya
totalmente empapados. La navegación se mostraba exultante y
continuábamos planeando a 25 nudos sobre frentes de olas tendidos
que nos llegaban por nuestra popa. ¡Una gozada! A la altura de
Llánçà era tal el chaparrón que tuvimos que bajar un poco la
velocidad pues las gotas parecían verdaderos perdigones disparados
contra la cara. Con tal aguacero no se veía la costa y la
visibilidad quedaba muy reducida. Pero nos sentíamos felices y
afortunados de poder disfrutar tan divertida experiencia.
Por culpa de
este chubasco nos saltamos la amplia bahía de Port de la Selva y
ya cerca de cala Tamariua nos dimos cuenta del despiste,
mientras veíamos como muchos barcos de recreo, todos de la
zona hacían rumbo contrario al nuestro… hacia Port de la
Selva. Dimos un giro de 180º para dirigirnos, como ellos, a la
protegida bahía que nos ofreció sus aguas remansadas en cuanto nos
aproximamos a ella.
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