Lo esencial es
navegar. Y lo mejor en pareja
Parece que
la tendencia del mercado es hacia las grandes esloras o eso es
lo que algunos estudios económicos nos hacen entender. Hay gente
que se empeña en hacernos creer que a mayor eslora más
satisfacción en la navegación, o que con una electrónica último
modelo podremos determinar mejor la dirección del viento, o que
una mayor de sables reforzados es necesaria para navegar bien a
vela…...
Y sin
embargo los mayores placeres de navegar no tienen nada que ver
con todo esto. Para disfrutar del mar solo necesitamos un casco
marinero equipado con un buen juego de velas. Si el barco es de
motor, que éste sea fiable y ajustado a la eslora. Tener una
pareja o buen amigo con quien compartir los buenos momentos es
uno de los mayores deleites. El entusiasmo de nuestra pareja
será determinante sobre la cantidad de días que acabemos
navegando al año.
Solo hay que
darse una vuelta por cualquier puerto deportivo, durante
cualquier fin de semana soleado y con una excelente brisa
marina, para entender que no todos tienen la suerte de poder
compartir esta bella afición. La gran mayoría de barcos
‘descansan’ plácidamente en sus amarres sin a penas ser
utilizados, a pesar de lo caro que resulta pagar la plaza de
amarre, los altos precios de los seguros, o las muchas decenas
de miles de euros invertidos en ellos. Durante el paseo por los
pantalanes observamos verdaderas maravillas equipadas con
carísimos sistemas electrónicos de navegación y con los mejores
acastillajes… pero todos amarrados.
En muchos
casos lo que ocurre es que nos complicamos la existencia.
Asistimos a fiestas y compromisos que nos parecen ineludibles, o
visitamos a los familiares, o tenemos que acabar de hacer las
reformas en el jardín de casa pendientes desde hace meses, o
hacer horas extras en la oficina para resolver asuntos
retrasados… ¡Bienvenidos a la vida moderna!
Pero a
pesar de todos los martirios de nuestra sociedad, la verdad es
que los barcos ‘duermen’ en los amarres por falta de afición en
nuestras parejas. Para hacer de la vela una forma de vida es
necesario compartir el sueño con el compañero/a. Y eso es algo
que se siente o no se siente. Resulta difícil convencer al otro
en caso de no gustarle. Al menos debe existir un cierto interés
y de poco servirá implorar, si el otro no quiere ni pensar en
ello. De poco sirve vender la imagen de libertad total, paseos
por playas únicas bajo la luz de la luna y conocer lugares
exóticos, si la pareja solo piensa en las contrapartidas e
incomodidades de la navegación. La otra persona puede tener
proyectos de trabajo, relaciones familiares o amigos que hagan
muy difícil la decisión.
Para
convencer a la pareja, hay actitudes que no ayudan en nada. A
muchos patrones les cambia el comportamiento hacia el despotismo
en cuanto saltan a bordo. Otros prefieren llevar el barco al
máximo de rendimiento disfrutando de una ruda navegación, sin
tener en cuenta la opinión de los demás que posiblemente deseen
una singladura menos ‘extrema’. Empezar a dar alaridos en cuanto
algo sale mal o se malogra una maniobra de atraque, tiene el
mismo nefasto efecto que empezar a dar bufidos diciendo
‘Apartaros y dejármelo hacer solo a mí”.
Navegar
por los mares del mundo requiere una gran compatibilidad con la
pareja, comprensión en las labores que se reparten a bordo, y
abandonar hábitos, comodidades y costumbre que muchas personas
no están dispuestas a perder.
Por ello y
a la postre, el 90% de las personas que conocemos en las marinas
deportivas son hombres, aunque la mayor parte de los veleros que
podremos encontrar recorriendo los mares del mundo están
tripulados por parejas de cualquier edad. Parejas que han sabido
adaptarse y encontrar el perfecto equilibrio de la vida a bordo.
También
hemos conocido a otros navegantes que viajan absolutamente en
solitario, sin ningún compañero, o a lo sumo con una querida
mascota. Es una opción. Sin embargo se pierden uno de los
mayores placeres que puede ofrecer la vida en la mar. Compartir
las vivencias, conocer en profundidad a la persona que tenemos a
nuestro lado, aprender y enriquecerse con ella, saborear todos
los rincones del mundo en compañía.
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