El
cuerpo necesita guardar el equilibrio para mantenerse de pie, y para
ello en el oído interno tenemos un sistema que detecta nuestros
movimientos y referencias espaciales. Funciona como un nivel de
burbuja, mediante el cual sabemos cual es la referencia horizontal y
si estamos sometidos a alguna aceleración. Estos datos llegan al
cerebro que calcula los movimientos que tenemos que hacer para
mantenernos en la posición que queramos tener.
El
cerebro también utiliza los datos que provienen de nuestros
músculos, nuestras posiciones espaciales de las extremidades, y
sobre todo de nuestros ojos.
Cuando subimos una escalera o montamos en bicicleta todo funciona a
la perfección pues los datos de movimientos que provienen del oído
interno coinciden con los datos de la información visual que procesa
el celebro. Pero en el mar o haciendo deportes aéreos, las cosas se
complican ya que los movimientos del barco no concuerdan con la
información que visual de nuestros ojos o la que experimentan
nuestros músculos.
El
cerebro se de cuenta de esta incongruencia y detecta que se está
produciendo un problema. Si conseguimos ser conscientes de esta
contradicción podemos conseguir descartar los datos que suponemos
inválidos y todo va bien. Si no conseguimos aislar esta información,
nuestro cerebro siente y cree que nuestro oído interno no funciona
bien (cuando realmente si que lo está haciendo bien). Esa sensación
de mal funcionamiento de nuestros sensores de posicionamiento
espacial es justamente lo que llamamos el mareo. Por esta misma
razón una infección en el oído interno o problemas de salud con este
órgano nos producirán vértigos y mareo aunque estemos quitecitos y
relajados en nuestro sofá.
La
falta de adaptación acaba conduciendo al cabo de varias horas a los
vómitos que relajan un poco el estrés acumulado por esta sobrecarga
de información inconexa, mejorando momentáneamente en alguna medida
la situación.
Si
aunque el barco se mueva, hacemos un esfuerzo para seguir
mentalmente los movimientos del barco mientras miramos el horizonte,
conseguiremos hacer coincidir los movimientos del barco con lo que
nuestro cerebro deba sentir, consiguiendo vencer tan molesta
situación. Ocurre lo mismo cuando nos hacemos ‘uno’ con los
movimientos de un caballo al cabalgar.
Si por el contrario estando bien bajamos al interior del barco
cuando este se mueve a todas partes, nos agarraremos un mareo
importante, ya que los movimientos que sentimos no concuerdan con la
falta de movimiento del escenario que vemos a nuestro alrededor.
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