Es cierto que
las cosas van mal también en países vecinos como Italia. Su crisis
de deuda ha obligado al gobierno de Mario Monti a tomar todo tipo
de medidas. Entre ellas, la
creación de un brutal impuesto para todo armador poseedor de un
barco de más de 10 metros de eslora, por el mero hecho de tenerlo
en territorio italiano.
Ninguna broma,
pues para un gran yate de unos treinta metros la tasa podría subir
a ¡75.000 € al año! Así las cosas, todos
han espabilado de un plumazo. Las marinas de megayates de países
vecinos se han frotado las manos,
mientras que los gerentes italianos se las pasaban por la
frente para secarse el sudor frió.
Pero a
diferencia de lo que ocurre en nuestra querida España, en Italia
la barbaridades se “pagan” y existe un “lobby” potente que ha
hecho entrar en razón al gobierno de Monti. Nunca sabremos los
tejemanejes entre altos funcionarios del estado y los ejecutivos y
directores del sector náutico. Nunca sabremos las amenazas y
avisos que se han cruzado estas últimas semanas en las altas
esferas del poder.
Lo único cierto
es que Monti "se la ha tenido que envainar". Y es que la cosa podría
haber tenido consecuencias dantescas para la náutica italiana.
Algunas migajas nos habrían caído en España de este colosal árbol
caído como consecuencia de la desbandada de los armadores
italianos hacia costas cercanas especialmente Griegas, Eslovenas,
Maltesas y Turcas. El daño en Italia habría sido terrible.
Terrible como el
que sistemáticamente infringen los diferentes gobiernos de España
a nuestro sector náutico en estos últimos años como consecuencia
de una muy mal entendida política fiscal de doble imposición que
ha enfriado hasta límites insoportables el mercado náutico de
nuestro país. La quiebra de empresas náuticas, astilleros,
empresas de servicios náuticos, distribuidores, talleres e
industria auxiliar es continua. El nefasto dominó de cierres
empresariales entristece.
Al final
nuestros políticos han conseguido hacer lo que pretendía el
“visionario” Monti; Matar a la gallina de los huevos de oro. Y
para resucitarla es manifiestamente necesario reducir la brutal
tasa impositiva que acogota el sector náutico Español.
Es necesario que
los políticos entiendan de una vez, que al eliminar el
insoportable e injusto impuesto de matriculación, las ventas
arrancarán de nuevo, los transportistas de barcos podrán contratar
camioneros, el empresario de transporte comprará un nuevo camión a
la industria de la automoción, el distribuidor de barcos
necesitará un nuevo vendedor y una nueva secretaria que
actualmente cobran el paro de las menguadas arcas del gobierno. La
empresa de reformas tendrá trabajo para hacer reparaciones y
comprará esmaltes a la fábrica de pinturas al borde del cierre. El
taller de la ciudad tendrá trabajo para soldar un nuevo pulpito y
otros trabajos en inox y con sus ingresos podrá continuar pagando
la hipoteca de su local. Y hasta los bares de las marinas venderán
más bocadillos y más cañas de cerveza… Y todo ello revertirá en
impuestos al gestor inteligente y valiente que de una vez por
todas, equipare la fiscalidad náutica de nuestro país a las del
resto de Europa.
Por desgracia,
demasiados políticos siguen entendiendo que todo lo que “huele” a
barcos significa lujo y ostentación. Piensan que detrás de cada
armador hay un completo defraudador. Y así las cosas, los posibles
aficionados que “aún” tienen algún dinero ahorrado no se muestran
muy motivados hacia la compra de nuevos barcos en este clima de
incertidumbre y austeridad. El equivocado estereotipo de armador, como potencial
defraudador hace posponer decisiones de compra que de otra
forma podrían estar en plena gestación.
El único
beneficiado de todo este desaguisado es la industria del chárter,
pues la afición al mar y la navegación no es asunto de estado ni
de sus gobernantes.
En nuestros
políticos está la solución de todos los males, pues son ellos
quienes lo han originado. Mancha de mora con mora verde se
quita... Pero ¿tendrán
el valor necesario para afrontar este cambio de fiscalidad? Como
ya comencé diciendo… La esperanza es lo
último que se pierde.
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