Un
típico mercante de 300 metros de eslora puede transportar de una
tacada hasta 4.000 contenedores apilados en 10 pisos de altura, y
cuando se desata un fuerte temporal en mitad del mar, las cadenas
que los sujetan a veces no son lo suficientemente resistentes para
mantenerlos en cubierta. La prudencia dictaría bajar la velocidad de
navegación o buscar un rumbo de huída, pero las navieras perdería
dinero y los capitanes se ven forzados a correr estos riesgos. Si
hubiera mala suerte y se perdieran algunos contenedores, pues para
eso están las aseguradoras…
A
veces el problema proviene de un trabajo inadecuado de los
estibadores que organizan la carga en las bodegas. El sentido común
dicta poner los contenedores pesados en la zona inferior. Así si un
container está cargado con tractores sería temerario colocarlo
encima de otros contenedores cargados con cajas de zapatos. La
logística es complicada, pues en muchas ocasiones estos tractores
deben ser descargados en un puerto de escala intermedia y eso
obligaría a los estibadores a mover y trabajar durante muchas horas
para alcanzar los contenedores pesados que el buen sentido común
y el metacentro aconsejar estibar cerca de las sentinas. Pero cuando
la méteo parece benigna, en demasiadas ocasiones, algunos
estibadores optan por
agilizar los trabajos y reducir los gastos de grúas. El escenario
está listo para desencadenar una crisis si se produjera un
inesperado cambio en las condiciones atmosféricas.
Incluso basta un movimiento armónico del barco debido al paso de las
olas para ir sumando vibración y tensión en las cadenas de anclaje
que acabarán cediendo, y por ello ni siquiera hace falta atravesar
la madre de las galernas para que se rompan estos anclajes. Sólo por
esta causa se pierden una media unos 500 containers cada año.
El
hecho de perder 1.200 contenedores al año sólo representa una
perdida del 0.001% pues se mueven unos 120 millones de ellos todos
los años, y esto en términos de costes de seguros es algo
perfectamente asumible, a pesar de significar un importante peligro
para la navegación, información que no suele ser reconocida por las
compañías de seguros o por parte de las navieras.
Pero el peligro de pérdida de contenedores puede convertirse en un
problema mayor en el caso de transportar productos químicos
peligrosos o muy contaminantes. La mayoría de los contenedores
perdidos se van al fondo del mar rápidamente en cuanto se inundan.
Sería
buena idea pintarlos en colores fosforitos para que fueran
fácilmente visibles a simple vista, pero las navieras quieren tener
sus colores corporativos y no es fácil llegar a un acuerdo mundial.
¿Qué riesgo real de colisión existe para la náutica de recreo?
Casi cada año se produce una tragedia debido al impacto con
contenedores. Para eso están los datos reales que son ciertamente
incompletos, pues hay casos de desapariciones de barcos que pueden
deberse a choques con resultado trágico que nunca conoceremos.
En
2006 el yate Moquini apareció flotando dado la vuelta a 500 millas
de Sudáfrica sin ninguno de sus 6 miembros de la tripulación que con
toda lógica murieron ahogados. Su arquitecto naval no dudo en
sospechar que la pérdida de su quilla pudo deberse al impacto con
uno de ellos. Y no son pocos los barcos de recreo que sufren este
tipo de impactos que a veces quedan en susto tras una perdida del
timón que obliga a navegar peligrosamente a destino, mientras que en
otras ocasiones el resultado es una tragedia con muertes.
En
2003 el velero de 33 pies Lycaena se hundió tras chocar contra un
voluminoso objeto flotante entre las aguas cerca de la isla de Wight.
El barco se detuvo en seco cuando navegaba a 6 nudos a motor lo cual
tiró al agua al skipper volando por la borda.
En
2001 el megayate Silver Cloud de 130 pies de eslora machacó el timón
contra algo que se supone que era un contenedor en mitad del canal
de la mancha, pudo llegar a Southamton en donde fue reparado.
En
el año 2.000 durante la regata de la Vendée
Globe, Ellen MacArthur impactó con uno a la altura del ecuador
mientras hacía 10 nudos a vela. El ruido del desgarro del carbono y
la parada en seco fueron tan repentinos como violentos. Mientras el
barco retomaba velocidad pues el plano vélico permaneció intacto,
Ellen pudo ver como se alejaba de los restos de su timón y veía
colores de óxido en el agua, sin que pudiera confirmar con toda
seguridad de que se tratara de un contenedor semihundido.
Ese
mismo año, dos navegantes morían a bordo de un Farr
38 que volcó cerca de Sydney, en las
costas australianas en donde fueron
encontrados restos de otras perdidas de mercantes.
El
año anterior en 1999, el regatista Sir Robin Knox-Johnston, divisó
varios containers a la deriva cerca de su barco mientras navegaba en
la Clipper Race. En otra ocasión anterior acabó chocando con otro
que le provocó una vía de agua mientras navegaba a vela en su
catamarán Enza durante la regata Jules Verne de 1993.
Unos años antes en 1994, durante la regata BOC Challenge,
que acabaría convirtiéndose en la famosa Volvo Ocean race, el Open
60 de Josh Hall se hundió frente a Brasil tras un violento choque
que pudo ser un container incrustado en su amura. El barco se
levantó del agua tras el impacto brutal deteniéndose en seco como si
hubiera chocado contra unas rocas en la costa. Su capitán tuvo el
tiempo justo de lanzar un mayday para poder ser rescatado por otro
compañero de regata.
Lo
mismo le ocurrió a Roel Engels en mitad del Atlántico en
el Doortje de 34 pies de eslora, mientras
navegaba a vela en 1988 durante la regata de Plymouth a Newport. En
este caso su capitán también se salvó al ser recogido por un
pesquero que faenaba no lejos del lugar.
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