Arrancamos la bomba de achique.
El agua lo
inundaba todo. El nivel ya llegaba a la mitad de altura del motor
diesel y las bombas trabajaban a toda pastilla. El panel de
electrónica, la radio Blu, el radar, el AIS y demás instrumentos se habían
echado a perder. Todas las pertenencias estaban empapadas y los
armarios inferiores sencillamente estaban desaparecidos bajo 50 centímetros
de agua.
Cortamos como pudimos los tubos de aspiración
de refrigeración del motor para que este chupara el agua del salón
inundado. Retirábamos agua con cubos sin parar. Fruto de tan arduo
trabajo, al cabo de media hora teníamos la sentina casi seca
mientras el barco navegaba asustado y a toda máquina hacia las
costas más cercanas de Portugal.
El agua había
chorreado por toda la electrónica y por ello navegábamos a compás
y sin piloto automático, mientras vimos aparecer los destellos del
faro de Portimao. La avería estaba contenida con trapos apretujados
entre las resquebrajadas maderas del boquete. El Formosa navegaba ahora con una
fuerte escora y sin apenas jarcia fija capaz de sujetar el palo.
Enrollamos el Génova y cogimos las burdas y las drizas de espi y
trinqueta, para afianzar el conjunto lo mejor que pudimos.
Finalmente
dejamos aparejado el barco con mesana arriba y motor a toda pastilla
rumbo hacia las costas portuguesas. Alf, nuestra pequeña mascota
percibía la tensión del momento y nos ayudaba sin un solo ladrido,
sereno infundiéndonos tranquilidad. Estábamos desolados navegando
sin cambiar palabra y con el ruido del motor como único sonido de
fondo. Sentados en la cama de estribor contemplábamos como el agua
entraba sin remedio por la banda de babor mientras que los kilos de
agua salada aportados a la sentina eran evacuados por los achiques
improvisados con el motor y la bomba eléctrica.
Durante toda
la travesía por el Caribe el arranque del motor diesel resultó
tedioso, y cada día al intentar arrancar, nos veíamos
obligados a contactar el relé de arranque a mano, mientras le
dábamos martillazos al motor de arranque y simultáneamente el
otro le daba a la llave de contacto. A menudo eran necesarios varios
intentos hasta conseguir poner el motor en marcha. Sin embargo,
cuando tras el accidente intentamos arrancar el motor, éste respondió impecable al primer toque.
Nuestro velero entendía que la situación no daba margen para hacerse rogar.
¿Había “tensa energía” en el ambiente, o bien el espíritu de nuestro
Formosa se percató de la crítica situación?… Lo cierto es que el
motor contra todo pronóstico respondió al instante.
Empezaba a amanecer y con el sol llegó la
esperanza de alcanzar tierra sin hundirnos. Nos invadía la alegría,
al ser conscientes de lo cerca que estuvimos de una tragedia total.
El pronóstico para el día siguiente era de calma chicha y así
pudimos alcanzar Puerto América en la bahía de Cádiz en donde pudimos descansar con la felicidad de haber vuelto a nacer.
Unas semanas
después el Formosa fue desmontado entero para recibir todos los
cuidados y atenciones por si en un futuro necesitara embestir
rabiosamente contra algún mercante no digno de navegar por los mares
del planeta.
Análisis del
siniestro
Durante las
guardias, cada 25 minutos salíamos a la cubierta a otear el
horizonte. En la noche y con velas, el ángulo muerto puede ser muy
importante y es seguro que en esa dirección debieron aparecer las
luces del mercante, a 10 millas en la lejanía. Pero con los 7 nudos
del velero enfrentados a 25 nudos del mercante en direcciones
opuestas y rumbos de colisión, bastan pocos minutos para un
encuentro letal.
La falta de amperios en el parque de baterías nos obligaron los
últimos días a navegar con el radar apagado. Un error terrible, pues
el radar nos hubiera "cantado" el mercante sin la menor duda.
Nunca hemos
llegado a saber el mercante que transitaba en aquellas aguas, a
pesar de las oportunas reclamaciones. Podemos llegar a entender que
el oficial de guardia descansara somnoliento en el puente de mando y
no estuviera atento a la pantalla de su potente radar. Pero el
impacto fue ciertamente sonoro y es inadmisible que tras el brutal
abordaje ni siquiera contestaran a la llamada de “May-Day”.
En el momento
del choque navegábamos con las luces de navegación encendidas,
llevábamos un reflector de radar de tipo tubo en el tope del palo y
uno de placas de tipo romboide en la cruceta. Llevaba incluso
encendida la luz de fondeo con un led de alta potencia lumínica que
es muy visible incluso a grandes distancias.
¿Por qué no vimos
el barco?
Es algo que ni Marcos ni Baldo acaban de
entender. Pero parece claro que el mercante debía navegar justo en
el ángulo oculto por la génova. No vimos nada de nada hasta recibir
la brutal embestida.
Sólo sé que
navegábamos a vela con “preferencia”. Que no estábamos en el canal
de navegación. Que no había niebla y que las luces del Formosa se ven
sin ambigüedad a gran distancia, pues son muy
potentes. La preferencia de un velero frente a un gran barco a motor
es un puro mito y no espere que cambien de rumbo. El peligro es de
muerte.
El marino que
anduviera de guardia en el mercante debía ir dormido o completamente
borracho… no le importó un “carajo” el impacto. Es
difícil pensar que un radar de un mercante a 30 metros de altura no
pueda “ver” un velero de 12 metros de eslora. El choque pudo ser aún
más terrible y si en vez de golpear por la amura, nos coge al velero
en un rumbo más abierto y atravesado a la proa del mercante,
sin duda lo habría partido en dos y pasado por la quilla.
Criminales en la
mar
Ciertamente la
mayoría de los barcos mercantes y sus capitanes son auténticos
profesionales comprometidos con su trabajo. Pero lo ocurrido a
Marcos y Baldo no es un hecho aislado.
En
Fondear.com hemos conocido más casos como el de otra pareja de
Malagueños que fueron también arrollados, con
peor suerte en el Caribe, por un mercante que también se dio “a la
fuga”, aunque por fortuna los aventureros del
velero lo pudieron contar y salvaron sus vidas. Pero existen otros
muchos casos que pasan inadvertidos a la opinión pública, amen de
los siniestros que nunca conoceremos por acabar en absoluta
tragedia.
Lo más
humillante es la impunidad con la que algunos mercantes actúan en
alta mar. Pilotos dormidos, o borrachos.
Moles de acero con pabellones de conveniencia, con tripulaciones
tercermundistas mal formadas y oficiales sin escrúpulos. Equipos de
vigilancia en mal estado, radios apagadas o peor aún, mensajes de
“May-Day” silenciados y no atendidos por miedo a las
responsabilidades civiles o penalizaciones en la póliza de seguro o
a la cárcel por negligencia con resultados de tragedia. Es la pura
realidad.
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